Juan Solera, militante del Sindicato del Metal, cenetista de las primeras horas, colaborador de la Fundación Salvador Seguí, poeta urbano, amigo de sus amigos, amante de los suyos, nos ha dejado este agosto pasado.

Llegó a la Fundación buscando información sobre dos tíos suyos, desaparecidos durante la guerra, cuando se iban a incorporar a la Columna del Rosal, en la zona de Cuenca. Posiblemente fueron asesinados por los facciosos de su pueblo.

Y Juan se quedó en la Fundación. Allí, a un puesto de trabajo del área de investigadores de la FSS de Madrid, Juan acudía sistemáticamente, todos los martes, donde, además de desarrollar su compromiso colaborador, terminó de dar forma a un informe sobre otro tío suyo, guerrillero en los tiempos del franquismo y fusilado por ello. Este texto, vería la luz en diciembre pasado, formando parte de la última publicación de la FSS-Madrid, “Los exiliados del franquismo: los olvidados sin voz”, dejándonos, así, un testimonio y un recuerdo permanente para los que seguimos comprometidos con este magnífico proyecto.

Juan era poco hablador, pero cuando entraba en conversación, algo habitual entre los frecuentamos la Fundación, reflexionaba y nos hacia pensar. Sus pensamientos trabajados durante mucho tiempo nos hacían bajar a la tierra cuando íbamos demasiado lejos con nuestras opiniones. Hombre sencillo, amable y dispuesto a colaborar en aquello que fuera posible.

Querido Juan, andarín infatigable de todos los caminos y de la vida, con tu media sonrisa, y tu retranca rural, siempre estarás entre nosotros. Ahora, también nos dejas algunas de tus reflexiones…

“… fui elegido embajador discordante… forzado a mudar piezas de ajedrez con rapidez inusitada… siendo el último peón que avanza firme”.

“Y recuerdo: ¡cuántos abrazos desperdiciados por [esperar] un día futuro! Y [la partida] en que el último solo de piano nos dejó sobrecogidos, casi sin poder asomar la cabeza…”

(De su libro “Ciudad maldita”, febrero 1981, compartido con Serafín M. Vidriales)

En Madrid, setiembre 2020