A finales del 89, cuando empecé a formar parte del movimiento antimilitarista activamente, me di cuenta de la visión tan errónea que tenía la opinión pública acerca de nuestros ideales y nuestros propósitos; y de cómo los medios de manipulación de masas, así como los políticos, contribuyen a deformar la realidad. Quise expresar mi visión del ejército, del trabajo realizado desde el movimiento por la insumisión. A través de muchas entrevistas a jóvenes que han hecho la mili me acerqué a la realidad del servicio militar y pude comprobar que muchos de ellos, tras varios meses en el cuartel, llegaban a dos conclusiones: por una parte, el hastío y la humillación propias de la cotidianidad de la vida cuartelera; y, por otra, la idea de estar colaborando con una institución que cuestionan profundamente, y en la que no tienen la más mínima confianza.